Cuesta empezar estas líneas, parece que cada dedo cae con la solemnidad barata del plomo, cada palabra acaba para desaparecer, castigada por su inadecuación, su impotencia de comunicar, lo que no sé, pero quiero.
La última semana ha sido un cóctel brutal para mi aparato reflexivo, he tragado y digerido todas las perspectivas, reacciones, esperanzas y desilusiones que mi tiempo presente me ofrece. Y a fecha de hoy, me derrumbo exhausta sobre mi teclado, en un esfuerzo penúltimo por expresar la tan ansiada conclusión, a la que mi esguinzada maquinaria cerebral no consigue alcanzar.
Menos mal, menos mal que justo ahora recuerdo, la escapada lección de que las conclusiones son ficticias, y que la única verdad, es el proceso. Menos mal que no estoy sola, menos mal que no estoy atada, y menos mal que la divina juventud aun ampara a la posibilidad, y deja hueco para la esperanza.
En los últimos días mi generación y otras tantas han asaltado las calles llenos de los mismos sentimientos de frustración, que me llevaron a iniciar este blog, que me sacaron a mi misma de mi casa, y me arrastraron a unirme a ellos, en un grito conjunto sin precedentes en la historia de nuestra democracia.
¿Y quienes somos? Aún no lo sabemos. ¿Y que queremos conseguir? Nos llevará un rato pensarlo. ¿Y cual es nuestro nivel de implicación? El tiempo nos lo descubrirá con el tiempo. ¿Y cuales son nuestras posibilidades? Las que destilemos de nuestra energía, nuestra reflexión, y nuestra inteligencia.
Aunque también caí en el escepticismo, de no creer ni en mi capacidad ni en la del conjunto, y aunque me desanimé por momentos, ante la vaguedad repetida, y la inconsistencia que asomaba, dije, digo, y diré que si, que más por favor. Más reacción, más exigencia, mas tajante, y más claro.
No nos podemos permitir confusiones ni interferencias, tras las circunstancias de cada individuo que quiso ser ese todo, se halla un deseo común de igualdad, de equidad, de justicia. Imposiciones que ahora le hacemos a un sistema enfermo, que nos enferma convirtiéndonos en cómplices de la miseria humana, en natos destructores y aún castiga nuestra fidelidad restándonos dignidades y derechos a pasos agigantados.
No nos podemos permitir confusiones por que hay que ser más claros que nunca: somos el fragmentado esqueleto de lo que un día se llamó la izquierda, la multidisciplinar familia de los más y menos utópicos, cómodos y convencidos. Aquellos que deciden rechazar la búsqueda de poderes y satisfacciones vacías y escogen creer en el sacrificio personal en pro del beneficio colectivo. Esos somos.
Es peligroso, y da miedo entonces, que en medio de nuestra mayor manifestación de convencimiento y desaprobación nuestro país haya presenciado una aterradora victoria de la vieja, vieja derecha. Esa que premia la vileza, el egoísmo , el odio y la ignorancia. Esa que no da sorpresas ni decepciona, por que bien es sabido ya la herrumbre que arrastran sus mecanismos anquilosados y torpes, y requeteconocido es su olor a armario viejo, a poder anciano.
Qué miedo, que nos gane, y qué miedo, que nos volverá a ganar. Qué miedo a los bandidos escondidos en áticos del centro, en residencias de verano, en las oficinas más grandes de distrito comercial. A su poder que parece imparable, a sus tentáculos que no imaginamos hasta donde pueden llegar, a su destrucción que no es la nuestra, y a las risas que nuestra indignación les pueda provocar.
Pero qué triste es quedarse en el miedo, qué triste es perder de vista la posibilidad. Así que celebremos, que no somos de esos, que se rinden, y se dejan mandar, celebremos, que mañana tendremos las mismas ganas, que no nos importa luchar, y que la esperanza de un horizonte más claro, aunque sea, allá lejos, lejos, es toda la gasolina que necesitamos para volver y volver a gritar.
Hemos escogido el camino inconcluso, pero vivir el proceso, es ganar. Así que celebremos, y celebremos de nuevo el inicio de un compromiso, y una determinación que nos dará la vida, y nos sobrevivirá.
Celebremos.