domingo, 22 de mayo de 2011

Celebremos.


Cuesta empezar estas líneas, parece que cada dedo cae con la solemnidad barata del plomo, cada palabra acaba para desaparecer, castigada por su inadecuación, su impotencia de comunicar, lo que no sé, pero quiero.

La última semana ha sido un cóctel brutal para mi aparato reflexivo, he tragado y digerido todas las perspectivas, reacciones, esperanzas y desilusiones que mi tiempo presente me ofrece. Y a fecha de hoy, me derrumbo exhausta sobre mi teclado, en un esfuerzo penúltimo por expresar la tan ansiada conclusión,  a la que mi esguinzada maquinaria cerebral no consigue alcanzar.

Menos mal, menos mal que justo ahora recuerdo, la escapada lección de que las conclusiones son ficticias, y que la única verdad, es el proceso. Menos mal que no estoy sola, menos mal que no estoy atada, y menos mal que la divina juventud aun ampara a la posibilidad, y deja hueco para la esperanza.

En los últimos días mi generación y otras tantas han asaltado las calles llenos de los mismos sentimientos de frustración,  que me llevaron a iniciar este blog, que me sacaron a mi misma de mi casa, y me arrastraron a unirme a ellos, en un grito conjunto sin precedentes en la historia de nuestra democracia.

¿Y quienes somos? Aún no lo sabemos. ¿Y que queremos conseguir? Nos llevará un rato pensarlo. ¿Y cual es nuestro nivel de implicación? El tiempo nos lo descubrirá con el tiempo. ¿Y cuales son nuestras posibilidades? Las que destilemos de nuestra energía, nuestra reflexión, y nuestra inteligencia.

Aunque también caí en el escepticismo, de no creer ni en mi capacidad ni en la del conjunto, y aunque me desanimé por momentos, ante la vaguedad repetida, y la inconsistencia que asomaba, dije, digo, y diré que si, que más por favor. Más reacción, más exigencia, mas tajante, y más claro.

No nos podemos permitir confusiones ni interferencias, tras las circunstancias de cada individuo que quiso ser ese todo, se halla un deseo común de igualdad, de equidad, de justicia. Imposiciones que ahora le hacemos a un sistema enfermo, que nos enferma convirtiéndonos en cómplices de la miseria humana, en natos destructores y  aún castiga nuestra fidelidad restándonos dignidades y derechos a pasos agigantados.

No nos podemos permitir confusiones por que hay que ser más claros que nunca: somos el fragmentado esqueleto de lo que un día se llamó la izquierda, la multidisciplinar familia de los más y menos utópicos, cómodos y convencidos.  Aquellos que deciden rechazar la búsqueda de poderes y satisfacciones vacías y escogen creer en el sacrificio personal en pro del beneficio colectivo. Esos somos.

Es peligroso, y da miedo entonces, que en medio de nuestra mayor manifestación de convencimiento y desaprobación nuestro país haya presenciado una aterradora victoria de la vieja, vieja derecha. Esa que premia la vileza, el egoísmo , el odio y la ignorancia. Esa que no da sorpresas ni decepciona, por que bien es sabido ya la herrumbre que arrastran sus mecanismos anquilosados y torpes, y requeteconocido es su olor a armario viejo, a poder anciano.

Qué miedo, que nos gane, y qué miedo, que nos volverá a ganar. Qué miedo a los bandidos escondidos en áticos del centro, en residencias de verano, en las oficinas más grandes de distrito comercial. A su poder que parece imparable, a sus tentáculos que no imaginamos hasta donde pueden llegar, a su destrucción que no es la nuestra, y a las risas que nuestra indignación les pueda provocar.

Pero qué triste es quedarse en el miedo, qué triste es perder de vista la posibilidad. Así que celebremos, que no somos de esos, que se rinden, y se dejan mandar, celebremos, que mañana tendremos las mismas ganas, que no nos importa luchar, y que la esperanza de un horizonte más claro, aunque sea, allá lejos, lejos, es toda la gasolina que necesitamos para volver y volver a gritar.

Hemos escogido el camino inconcluso, pero vivir el proceso, es ganar. Así que celebremos, y celebremos de nuevo el inicio de un compromiso, y una determinación que nos dará la vida, y nos sobrevivirá.

Celebremos.

lunes, 2 de mayo de 2011

"Lo que le gustaría a mucha gente que está aquí hoy es tener su cadáver para poder escupirle"



Mientra dormía esta noche, la gran tribu de occidente celebraba y se jactaba sobre el tan esperado sacrificio de uno de lo malos más malísimos de su mitología popular. Y desde sus fronteras levantadas sobre un popurrí de ideales absurdizados, en la explosión más terrible de hipocresía, inaguran una nueva era de paz y esperanza cimentada en la muerte a tiros de un hombre de cincuentaitantos.

Podriamos entrar en el debate, de la dignidad y los derechos, que debe de tener incluso un asesino.  Podriamos especular sobre el como, el cuando, el quien… Pero prefiero subrayar la profunda tristeza y preocupación que me causa la capacidad que los autoproclamados defensores de la paz, la libertad y la justicia,  tienen para mentirse, engañarse y convencerse, de que su patria es el bien, y que sus enemigos merecen muerte y humillación, a ser posible. ¿Cuantos giraran la cabeza, para mirar los esperpénticos desastres que los tentáculos de su poder va causando en las vidas de millones en toda la geografía mundial? ¿Cuántos comprenderán, sin nunca justificar, el odio y la violencia terroristas? ¿Cuántos asumirán compromiso y responsabilidad ante las barbaridades de su gran nación? ¿Y cuantos, no son más que una llanura de ideas, donde la cuidadosa manipulación corporativa no ha dejado entrar apenas, un escaso rayo de razón e inteligencia que les permita creer más allá de lo que les ha sido dicho?

Una muerte nunca es una victoria, un acto de sangre y violencia, no es más que un nuevo fracaso del entendimiento humano, lastimadísimo ya de tropezar, tantas y tantas veces con las mismas piedras.  Pero  una población sedada por el miedo, el odio, la ignorancia, y la indiferencia , encuentra en un linchamiento público un acto de justicia y paz.

Y lo más escandaloso, es que está es la gente a la que le bailamos el agua, son sus métodos y sus maneras los que estamos importando, son sus falsedades las que nos están convenciendo. Es su hipocresía la que nos está inundando.

América es una grandísima mentira, y no paramos de creérnosla.

Grises


Grises suenan las noticias llegadas, de realidades a las que escuchamos sin comprender. Crispantes e inimaginables porciones de agonías,  que nuestra cabeza no es siquiera capaz de contextualizar, imaginar o dibujar.

Y quiero creer y no creo, no creo en lo bueno, ni en lo agradable y desinteresado. Han conseguido que no crea a ninguno,  a nadie, a nada, todo suena a convenientes mentiras, o convenientes verdades, que muy convenientemente aparecen de la nada para anidar en mi cabeza y convertir mis opiniones para el discurso más conveniente. 

Me siento perdida, en una batalla de macrointereses de unas cabezas ilocalizables, donde lo aparentemente bueno parece tan asesino como las mayores vilezas, y donde el sinsentido ha desatado una salvaje ley de la jungla donde solo importa ganar, que ganes tu, que ganen los tuyos…¿y qué fue del nosotros?.

Vivimos la patrañosa existencia de victimas favorecidas de un sistema que no da nada, por nada ni por nadie, y que no favorece, a ninguno. Y que mi bienestar importe, lo que importa mi cartera, y que la miseria gobernaría mi vida, por cuestión de coordenadas geográficas, y que a nuestras vidas, a nuestras ideas, a nuestra libertad, hace tiempo que les han puesto un precio.

Y la paranoia esta extendida, y que se joda él y no yo, y que aquí queremos estar tranquilos, y que mi culo vaya primero, y que gane, el peor. Y si esto es la normalidad, y si el yo mata al nosotros, en todos los ámbitos en los que nos revolvemos, y si nadie da por el miedo a ser quitado…¿como vamos a seguir?

Cuando revienten las alfombras con toda la mierda que les metemos dentro, cuando nos toque jodernos a nosotros, cuando se diluya el espejismo…¿que pasara entonces?

¿Qué puedo hacer yo ahora?

No lo sé,  y que me discutan las anécdotas que deseen, que si patria, que si dios, que si mercado, que si bienestar,  que si relativo,  que si absoluto… pero marquemos de una puta vez, la que ya deberíamos reconocer como incuestionable frontera de que aquí no hay yo que valga, que aquí o somos todos, o ninguno, de que si no somos juntos, e iguales,  acabaremos, por no ser.